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2022-11-09 18:38:47 By : Mr. Robert Du

This article was published more than 3 years ago

Ornela Garelli Ríos es campañista de Océanos sin Plásticos en Greenpeace México.

El plástico está presente en casi todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. En Ciudad de México se generan alrededor de 128 toneladas de desechos plásticos al día y sólo un pequeño porcentaje se recicla. La situación es semejante en el resto del país: del total de residuos reciclables, sólo se le da nueva vida a 6%, de acuerdo con un estudio reciente de Greenpeace de 2019.

Cada mexicano consume en promedio 48 kilos de plástico al año entre bolsas desechables, productos envasados o empaquetados. Incluso consumimos microplásticos añadidos a nuestros cosméticos o cremas corporales que prometen una exfoliación profunda de la piel o una limpieza envidiable de los dientes.

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Así como este material inunda nuestras vidas, lo hace también con todos los rincones de nuestro planeta y llega hasta lugares o espacios impensables: hay microplásticos en el hielo del Ártico, en las profundidades de los océanos, en los estómagos de uno de cada cinco peces mexicanos, en la reserva marina de Sian Ka’an, y hasta en el aire que respiramos. Cada año, 13 millones de toneladas de basura plástica se vierten en los océanos, afectando a más de 700 especies marinas, que lo consumen creyendo que es comida o que, al encontrarlo en su hábitat, terminan atrapadas en él.

Estos plásticos contienen sustancias químicas que pueden resultar dañinas para nuestra salud. El policarbonato, usado en la fabricación de contenedores para alimentos y bebidas, contiene químicos como el bisfenol A (BPA) y ftalatos, que pueden ingresar a los alimentos, particularmente cuando los recipientes se calientan. Según un artículo del medio estadounidense Vox, estos químicos pueden mimetizarse con las hormonas como el estrógeno, alterando el balance y el funcionamiento de nuestro cuerpo, desestabilizando la función endócrina, aumentando los riesgos de obesidad y diabetes, y ocasionando problemas en el desarrollo reproductivo.

Por todo esto, debe ser nuestra misión el deshacernos del plástico, sacarlo de nuestras vidas a través de la adopción de nuevos hábitos de consumo y un estilo de vida que deje atrás la cultura del usar y tirar. Hay que privilegiar otras alternativas con menor impacto ambiental, como el uso de envases reutilizables, la compra a granel, el consumo de productos locales, el uso de bolsas reusables o mochilas para llevar la despensa, y la preferencia por opciones retornables (por ejemplo, en el caso de las bebidas).

Sin embargo, si bien es muy importante que comencemos a dar estos pasos para consumir menos y mejor, lograr un país sin plásticos requiere del compromiso de otros dos actores cuya influencia alcanza a toda la nación. Uno de ellos es la empresa privada —incluyendo supermercados— que debe ofrecer al consumidor opciones libres de plástico e implementar medidas reales para reducir su uso en operaciones y establecimientos. Las falsas soluciones como el reciclaje, los bioplásticos o la disminución del volumen de los envases plásticos no son una opción viable para la salud del planeta.

El gobierno es otro actor esencial para que podamos transitar como país hacia estilos de vida y patrones de producción y consumo más amigables con el medio ambiente. Una forma de hacerlo es legislando.

Desde la sociedad civil, la lucha por deshacernos del plástico ha encontrado su camino demandando al Senado que legisle a favor de la prohibición de plásticos de un solo uso (como los popotes y las bolsas desechables) y que puedan sustituirse por otros materiales o productos, y para que incluya en la ley la responsabilidad extendida al productor, que obligará a estos, al igual que a los distribuidores de productos plásticos, a hacerse cargo de los residuos que generan.

Así también, se busca que se establezcan etiquetados claros que indiquen los impactos ambientales que los productos pueden generar y la mejor forma de disponer de ellos una vez usados. Finalmente, legislar para superar las falsas soluciones, como la termovalorización de residuos plásticos (incluyendo la incineración para generación de energía), que traen graves afectaciones al medio ambiente y a la salud de las comunidades cercanas. Los senadores deben asumir esta responsabilidad y trabajar a favor del medio ambiente.

La buena noticia es que dicha responsabilidad está siendo retomada por los congresos y gobiernos locales de alrededor de 25 estados en el país, incluida la Ciudad de México, que a través de decretos, modificaciones a leyes estatales y otros medios, han avanzado en la regulación de los plásticos de un solo uso hacia su prohibición. Esto constituye un logro para el planeta y un paso muy importante hacia el establecimiento de legislaciones federales en la materia y hacia una mayor concientización de la sociedad mexicana sobre la importancia y la posibilidad real de dejar de utilizar estos productos.

Esta lucha aún tiene un largo camino por recorrer, pero necesita que cada actor asuma la responsabilidad que le corresponde.

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